Esta propuesta de crítica, o más bien, de comentario, para la obra “La Fiesta de los Caníbales” de Laboratorio La Extranjera, presentada durante el 4 y el 21 de octubre de 2012 en el espacio La Casa Rodante, se funda a partir de la necesidad de reflexionar en torno a los métodos coreográficos de la danza contemporánea. Es una discusión en ese orden, más que estética o erigida bajo un juicio de valor, entendiendo también que estas dos formas de escribir en torno al arte hoy son fútiles y sin sentido, sobre todo para esta disciplina.
La
particularidad de gustos esta asociada a un canon de belleza o
fealdad, el cual no nos permite profundizar en el ejercicio y
reflexión artística, y menos aún, será adecuado recomendar una
obra o no hacerlo, por su contenido. La invitación de una crítica o
comentario no está resuelta, sino plenamente puesta en duda, pero
para la danza contemporánea hoy, las palabras no sobran, lo cual
hace de este ejercicio un vínculo a la reflexión.
“Las
imágenes no se pueden hacer sin pensar. No en el sentido en el que
tenga que poner una reflexión teórica, que es inmediatamente el
rechazo que se comete: “no, que eso es teoría”. No, no, las
imágenes se piensan porque son estructuras de sentido, porque están
compuestas de significante y de significado, porque a lo largo de su
historia lo que hacen es transmitir simbólicamente un determinado
estar de la comunidad.” “Entonces, la primera pregunta que uno se
hace es ¿Cuáles son las imágenes de la comunidad? ¿Qué comunidad
es la que es convocada en esas imágenes? ¿Por qué se eligen
determinados temas? ¿Por qué estos temas en determinados momentos
resultan atractivos para el público o no? ¿Cuáles son las
conexiones de memoria y de política que están en juego? ¿Quiénes
son los que continuamente no son citados en estas imágenes? Y no
solamente por razones políticas, sino que también por una cierta
especie de desmemoria histórica donde quedan ausentes sencillamente
por la rutina de que no se volvieron relevantes para el discurso
visual (...)”
Carlos
Ossa1
La obra La Fiesta de los Caníbales te invita a construir un
universo copado de imágenes que como señala Ossa, contienen
significante y significado. Inmediatamente surgen sus preguntas, pero
estas ahora no serán lo importante.
La
construcción de tal o cual sentido en y de la danza va acompañado
por la superposición de imágenes que resultan en el espacio
temporal en que se lleva a cabo la obra. La Fiesta de los Caníbales
te invita a consumir imágenes, paralizando todo lo que acontece en
la obtención de un momentáneo placer visual. No esta dada la
posibilidad de contener el significado de estas imágenes, pues en
este sentido es simplemente una invitación a consumirlas y no desde
el espacio satanizado del consumo, sino a partir de la experiencia
de la danza contemporánea.
La
experiencia de la danza contemporánea podrá ser vista en
obras en las cuales la propuesta toma en consideración las
condiciones y contexto particular en el cual se suscita la obra. Son
propuestas que generalmente contemplan improvisación y/o composición
en tiempo real en su puesta en escena, se permiten ajustes en
relación a las circunstancias particulares que celebran cada
función. Amiga de la performance, este tipo de obra será un espacio
deliberadamente más transformador que una obra tradicional de danza
contemporánea, pues ella y quienes se encuentran en el espacio del
tiempo de la misma, habrán cambiado respecto del comienzo de la
puesta; bajo la premisa de que la interpelación producida es de
orden mutuo entre la obra -sus intérpretes y materialidades- y el
espectador.
Llama mi
atención en esta obra el poner en evidencia esta relación a partir
de las indicaciones que recibimos al comienzo, desmitificando los
efectos del espectáculo para asegurar la efectividad de la
propuesta. Podría preguntarse por qué aquí no hubo intento de
generar a partir de la propia puesta en esccena una estrategia que
causase el mismo efecto que estas indicaciones, sin necesidad de
explicitar la forma en que debemos relacionarnos con ella, podría
preguntarse también si es esta obra capaz de sustentarse por sí
misma como producto, ante lo cual, surgiría otra pregunta: ¿Cuándo
comienza la obra? Y también ¿Cuándo finaliza, realmente lo hace?
Aún así la experiencia personal que se nos permite vivir finalmente
toma mucha mayor relevancia.
La audiencia podría generar neurosis ante la posibilidad de no
acceder a alguna de las imágenes que se están presentando, seguirá
siendo un espectador voyerista como lo es en un teatro, pero perderá
la capacidad de desaparecer que le otorga el escenario, dándole
conciencia de sí en la experiencia. El espacio se va deformando con
el uso que el creador (me parece que en este caso sería la directora
de la obra) propone de él, necesariamente atravesado por el ojo del
espectador, es decir, el cómo se desarrolla el centro de interés
que propone la obra en el espacio en que se sitúa y respecto de los
elementos que lo circundan, será un elemento dado a ser intervenido
por este. El centro de interés dependerá del ritmo de determinada
acción en el momento en el que aparece y respecto de su acción pretérita, de la visualidad que propone y del sentido de esa imagen,
también en relación a su imagen pretérita. Será difícil señalar
las escisiones entre una imagen y otra, o entre tal o cual acción
para separar y determinar cada uno de los centros de interés
propuestos.
.
La disposición espacial que propone la obra se sale de los cánones
de un teatro o sala, el espacio escénico no es de uso exclusivo para
el intérprete, no existen butacas, sino un espacio abierto de
arquitectura doméstica del cual se utiliza cada rincón posible. La
propuesta dramatúrgica deambula entre lo teatral y lo danzado, dudo
si es danza contemporánea, aún cuando no me interesa determinarlo,
siendo esta una de las eternas preguntas que se desprenden de esta
disciplina (por quienes la practican como por quienes la ignoran).
Tampoco me seduce la idea de instalar esta obra dentro de alguna
categoría artística, pues en este sentido creo que instalar esta
discusión empobrece las necesidades que subyacen de esta puesta en
escena, con ello, será necesario que el espectador se proponga
visitar esta experiencia sin necesidad de dilucidar las disciplinas
que la componen.
“¿Cuáles
son las imágenes de la comunidad? ¿Qué comunidad es la que es
convocada en esas imágenes?”
La Fiesta de los Caníbales me sugiere un espacio extemporáneo pero
aun así reconocible, un universo plausible de reacciones
verborragias que pareciera aludir a la necesidad cada vez más
imperiosa de expresión en este país, pulsiones humanas que
finalmente han llegado a manifestarse. Además, toma por cargo una
estructura rizomática (Deleuze & Guatarri; 1997) de sentido que
arguye a una comprensión sensible del relato presentado, una
experiencia muy personal, pero que no se concibe sin la comunidad.
Los gestos, situaciones, sensaciones e imágenes que se nos
presentan, atraviesan nuestra concepción clásica de la realidad,
pero pueden ser entendidas a través de las convenciones comunes, las
cuales no refieren solamente al entendimiento intelectual de una
situación, sino que también obedecen a la percepción,
componiéndose ambas cosas en las relaciones sociales de una
cultura..
Los sujetos que conviven en el espacio, realizan acciones en
conjunto, dependen unos de otros y así constituyen comunidad.
Nosotros, los espectadores, somos otra comunidad señalada a partir
de la separación efectiva que se nos propone desde el comienzo. Esta
separación abraza también, lugares comunes que suscitan otra
comunidad, la que nos une a ambos, efectiva dentro y fuera de la obra
y que se multiplica de espacio en espacio hacia el mundo. Luego,
aparecerá la comunidad al presentar dos aspectos que le son parte:
el ritual, como ejercicio continuo de la humanidad, aquí evidencia
la estructura interna de esta comunidad, en la repetición de ciertas
acciones o respecto de las reacciones ante determinados estímulos.
Esta característica transita hasta la caracterización, siendo un
antecedente histórico presente en cualquier comunidad repetido en
cada cultura. Por otra parte, aparecerá la crisis como sentido de
existencia, a partir de la sapiencia de un estado actual de cosas que
en el cuerpo denota desolación, angustia, necesidad de verborragia,
de exhibir el cuerpo desnudo, de aparecer.
El universo propio que instala la obra, compuesto por personajes de
la radicalidad, despiertos ante los estímulos y el instinto, se
alimenta también de la renuncia a la linealidad temporal y al
paradigma de la representación, dos aspectos que esta destruye desde
su cimientos. Nuevamente surge la pregunta respecto de cuándo
comienza y cuándo finaliza la obra, proponiendo dudar de la relación
entre obra y vida cotidiana. Esta propuesta instala momentos que
determinan una atmósfera, no encontraremos aquí el ímpetu por
relatar una historia. El de hoy no es un tiempo lineal, sería
difícil determinar si nos dirigimos hacia algún lugar, o que la
“evolución” humana asciende hacia algún estado superior,
podemos dudar del tiempo, tanto como del lugar que tenemos como
sujetos dentro del mismo, la estructura rizomática toma sentido en
la obra y respecto de la cultura en la que vivimos.
En este sentido, preguntarnos por el centro de interés por el cual
nos conduce la obra en cada una de sus escenas, segmentos o momentos,
nos llevará sobre la cuestión del método. Al derribar ya un
ejercicio lineal de la historia en esta puesta en escena,
distinguimos influjos de la composición en tiempo real y de la
improvisación, ambas formas aparecen en la obra, a mi parecer, como
un elemento fundamental para consolidar la interacción de la obra y
de los intérpretes con el espectador. Llama la atención las
particularidades que se distinguen entre cada sujeto intérprete
(otro elemento más para consolidar una comunidad, desde la
divergencia), pareciese existir detrás de esta puesta un proceso de
trabajo en y con cada uno de ellos, durante el cual surgen
características propias que se consolidan en la caracterización
visible; estos personajes son evidentemente los sujetos con nombre y
apellido que figuran en el afiche, exacerbando manifestaciones de su
expresividad corporal y oral, pero ¿Cuál es el medio a partir del
cual se llega a concretar dicha manifestación? No estamos aquí
frente a una problemática de identidad performativa, en este sentido,
se observa ya superada por la creadora, que instala un universo
estético y dramatúrgico plausible, coherente dentro de su propio
sentido y contexto, sino más bien instala una duda respecto de su
universo compositivo, que pronto, como ejercicio coreográfico será
digno de conocer y trasmitir.
“Toda
obra de arte es hija de su tiempo”2
dijo Kandisnky por el 1912 y en este sentido encaramos una propuesta
que trasluce inquietudes que nos pertenecen, se permite ser hija de
su tiempo, tanto como hija nuestra, de cada espectador, en cada
experiencia.
1Ossa,
C. (2012). Cultura y capitalismo cognitivo. En Observatorio
Cultural, Departamento de Estudios del Consejo Nacional de la
Cultura y las Artes. Recuperado el 22 de
octubre de 2012, de http://vimeo.com/45331679
2Kandinsky,
V. (2010) De lo espiritual en el arte (1a
ed. 4a reimp.) Buenos Aires, Argentina: Paidós.
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