La condición fóbica de la danza. Parte I.




“Comprender que siempre observé y me observaron desde una lógica patriarcal y del macho, y que ya era tiempo de renunciar a verme de esta forma y de dejar de rodearme de sujetxs que me observaran desde ese lugar.”[1]


 Durante un tiempo a través de la escritura desarrollé mi necesidad de develar –siempre con una mirada crítica- el cómo hacemos la danza contemporánea de hoy, qué tiene que ver con la de ayer, queriendo cambiar la de mañana. Al ver que esta forma de hacer danza hoy se difunde y se hace presente con mucha más fuerza, me siento en parte satisfecha, aunque a la vez, tomo conciencia del porqué me alejé de estos espacios y circuitos desde donde se constituye y realiza la danza, pero no así de las personas que fueron mis compañeres y amigues en esos momentos y que aún los habitan.
Lo que sucede es que dentro de estos espacios, más allá de las buenas intenciones de las personas que los activan, existe un control por parte del estado que supedita todas sus formas. Un control de nuestra forma de pensar, un control de nuestras formas de concebir la vida, un control de nuestros sentimientos, afectividades y deseos por otras y otros -siempre supeditados a un binomio sexual de género- abocado a un ejercicio de consumo simbólico y material. Lo que decantó, decanta y decantará siempre en un ejercicio mediado por políticas pertenecientes a un sistema creado para controlarnos. No para lo que se dice: el orden, no para estar mejor como sociedad, ni para aplacar la injusticia o eliminar la pobreza. Tampoco está dado para incrementar el acceso a lo denominado “el arte” como si fuera algo alejado de las personas y no parte de ellas mismas y creado por ellas mismas. No, más bien el estado remarca la necesidad de acercarlo a través de “facilitadores”. Expertos que estudiamos la carrera en una academia. En fin, más que renegar de una academia, me interesa resaltar el que cualquiera puede crear y hacer el arte que se le plazca y nadie –ninguna academia, estado o persona- puede señalarle la forma precisa de hacerlo; sino más bien es imprescindible reivindicar y abrir la capacidad creativa que tenemos todes y cada une ser humane.
El arte -por sí mismo- jamás cambiará el sistema, aunque la entrada al espectáculo sea libre y gratuita. Somos las personas las que realizamos los cambios, mejor si de manera conciente y activa.

Mi intención al escribir y publicar siempre fue la de empujar el desarrollo de un poder transformador dentro de la práctica artística para con y hacia la sociedad. Actualmente me parece que esto es imposible, sobre todo dentro de la academia y en prácticas artísticas formales o formalistas de un grupo, arte o colectivo determinado. Los espacios pedagógicos como los talleres dentro de un centro cultural reconocido o no por el estado, siguen reproduciendo la enseñanza del binomio separatista y jerárquico del profesor-alumno. Ya sea por la cooptación del mercado, o bien porque nadie quiere renunciar a sus privilegios -que van desde una posición laboral acomodada, hasta un lugar de poder por portación de conocimientos o de un cuerpo simbólicamente apreciado, o el tener cierta cantidad de años ejerciendo la práctica- este sistema no cambia, solo se reproduce tal cual a través del tiempo. Y todo indica que seguirá siendo así.

Los espacios donde se practica danza no son espacios aislados: forman parte de esta sociedad y por ello no escapan de la norma. En realidad, ningún lugar escapa de la norma, solo es nuestra la decisión de visibilizarla y hacerla conciente en nosotres o en otres. No quiero cambiar a nadie, no tengo proyecciones ni resentimientos. Escribo porqué me di cuenta que me hace hoy lo que soy y estar donde estoy. Apropiarme de todos estos conceptos tiene sentido respecto de los lugares en los que he habitado este último tiempo, desde donde puedo ver y sentir que muches de quienes compartimos nos exponemos a renunciar a algunos privilegios determinados por nuestre color, clase, raza, rostro, cuerpx, género, entre otras cosas más o menos importantes que puedo estar olvidando nombrar. Renunciar a algo para conformarse de otra manera o desde otro lugar significa en gran o pequeña parte, construir otro mundo. Dejo aquí unos puntos suspensivos para la reflexión personal... o colectiva...

Me interesa compartir la afirmación de que dentro de los lugares donde se práctica danza se encuentra instituida una forma de cuerpo ideal, y con ella, una corporalidad instrumental a todo tipo de estilo danzario, siendo posible establecer pequeñas diferencias más bien formales entre cada estilo. Esto sucede también dentro de muchas disciplinas artísticas y/o corporales, que acuñan en su conjunto un requisito en común que es el más apetecido: la delgadez.
En gran parte de los espacios en los cuales participé mientras practiqué danza prima el machismo, el patriarcado y el odio a la gordura. Fuimos sobre todo, une conjunte de gordofóbicxs. Me incluyo dentro de este pastel, ya que aun no siendo una gorda señalable por la sociedad, siempre quise ser más flaca, más pequeña o menuda, más parecida a un “cuerpo de bailarina”. Las que si lo tenían por a, b, o c; gozaban de privilegios invisibles que normalizamos: profesorxs, coregrafxs y audiencias, eligen cuerpos delgados y torneados para representar la danza. No importa la técnica. Muchas veces no importó la ejecución, sino el tipo de cuerpo y la “gracilidad” con que se movía. Tuve compañeras flacas, pero toscas, con rotaciones externas deficientes y entonces  nunca eran lo suficientemente buenas o merecedoras.

Para no continuar con cada anécdota como si fuera un vómito, debiera específicar que esto que me encuentro relatando hace referencia a la realidad de las mujeres en la danza, no de los hombres, puesto que ellos viven otras realidades, problemáticas o no. Los hombres que bailan danza contemporánea por ejemplo, son para la sociedad en general, homosexuales. Ser bailarín es ser homosexual. Ambas denominaciones -homosexual y bailarín- se utilizan para encarnar un discurso de odio, homofóbico y fóbico hacia todo lo que escape de las prácticas normales que un hombre debe realizar en su vida. Formas de control de la existencia: tener que ser y/o actuar de determinada manera, quieras o no hacerlo.

Así, un bio-denominado varón dentro de la academia de la danza debe moverse como “hombre”. No puedo moverse como “mujer”. No puede moverse como quiera. Debe cargar a la mujer en sus brazos para que esta se eleve por los aires (esto sucede en  la danza clásica y  moderna, pocas veces en la contemporánea). En la danza no veo juegos de roles, veo reproducción de la norma género sexual asignada por la norma y el capital. No veo a las bellezas socialmente asignadas, perder sus privilegios en los escenarios. Si bien dentro de los círculos sociales de la danza la homosexualidad masculina es aceptada como algo normal o al menos nadie se espanta por ello, esto no significa que no exista la homofobia, peor aún me pregunto si existe la lesbofobia, transfobia, racismo, clasismo, etc.
La gordofobia que mencionaba hace un rato, ataca no solo a los cuerpos de mujeres bailarinas, sino también a les bailarines varones. Es un “mal” que no está solo en la panza visible de nuestras siluetas: se ve en la necesidad de mutilar toda la grasa que rodea nuestres cuerpes. Axilas, muslos, traseros, espaldas, en la parte baja y alta. Hasta en el cuello. Delgado = bueno. Gordo = malo. Y la anorexia es un problema solo cuando alguien está en condiciones físicas deplorables y ya no puede bailar. Antes, bailar es sinónimo de sacrificio, de alto ejercicio moral, de logro contra cualquier obstáculo, ya sea del afuera y sobre todo del adentro: mi grasa, mi escoliosis, mi cara fea (porque si soy flaca me aceptarán por fea), mis pechos grandes que sobran, mis deseos maricas, mi necesidad de moverme de otras maneras, mi imposibilidad de rotar las piernas, mi altura, el tamaño de mis pies, mis juanetes, mis hábitos, mis vicios, mis deseos, mis pensamientos y mi crítica.



[1]   alvarez castillo, c. (2014) La cerda punk. Ensayos desde un feminismo gordo, lésbiko, antikapitalista & antiespecista. Valparaío, Chile. Trío editorial.

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