La tentación autoritaria y la conquista de subjetividades en pandemia


 
“No nos basta con decir que esto es normal, porque normal no es, sino que forzosamente se ha normalizado”
Ileana Diéguez

La pandemia del covid-19 ha llevado a que en todos los países del mundo, se realicen cuarentenas extendidas o bien, intermitentes, y a que se tomen medidas de excepción que afectan las libertades de movimiento y de asociación de las personas.
A raíz de ello, es posible preguntarnos respecto de la pertinencia de estas medidas y si estas se mantendrán en el tiempo, consignando nuevas tendencias de gobernabilidad para el futuro de las naciones y del mundo.
La creciente crisis del capitalismo, junto con el auge de diferentes revueltas sociales a lo largo de todo el globo, nos trae a la luz sospechas respecto de cuáles son las maneras más convenientes para contener una situación que se desborda, antes ya de la crisis actual arrastrada por la pandemia del covid-19.
Frente a la posibilidad de que este virus haya sido liberado de manera deliberada desde un laboratorio, comentada recientemente en medios como la BBC, sumado a la latente sospecha en todas las estrategias plausibles desarrolladas con el fin de sustentar y reproducir el sistema capitalista, es inquietante que las medidas de aislamiento y control del virus, tengan como consecuencia, la inhibición en la humanidad de la auto-producción de su sensibilidad crítica.
Sumado a esto, la nueva subjetividad post-covid que los medios reproducen difundiendo 24 horas al día, 7 días a la semana, evidente también en gestos como las búsquedas de google, que incluyen siempre un apartado con relación al virus, emplazan la circulación del miedo frente a esta amenaza invisible y a la vez visible a través de experiencias humanas que quedan plasmadas en cifras.
La amenaza es latente y el miedo crece. La falta de socialización ya tiene sus efectos sobre las personas. La prohibición de realizar acciones de artes escénicas, agrede el desarrollo de la sensibilidad poética humana, tanto como su perceptibilidad crítica. Que todas las actividades que no apunten a reproducir el sistema capitalista, se encuentren prohibidas, acrecienta la relación cuarentena-dictadura que emplaza esta columna.
Por una parte, la urgencia económica que tenemos todas las personas, obviamente deliberada por el mismo sistema capitalista, arguye la necesidad de prevalecer la continuidad de ciertas actividades por sobre otras. Pero, por otra, la creación de protocolos, el desarrollo de tecnologías preventivas como la que utilizan las aerolíneas para renovar el aire y permitir así, una ventilación de vanguardia que mitigue los contagios, son estrategias que quedan relegadas a actividades que producen ganancias que se encuentran en un nivel de jerarquía superior a las artes escénicas, en este caso.
El hecho de que en París, se tomen los teatros ante la prohibición de utilizarlos y se realicen muestras al aire libre, evidencia la jerarquización del trabajo: no toda actividad productiva se considera trabajo, puesto que responde a determinados intereses. Ante la posibilidad de lo obvio que esta última afirmación dispone, más que intentar develar una hipótesis, la intención es alarmar respecto a que categorías de lo humano quedan plasmadas en las medidas que se aplican para mitigar la pandemia, medidas que chocan o que entran en territorios de disputa con las formas de vida de quienes siempre estamos en el lugar de les que sobran.
No solo quienes hacemos artes colisionamos con las cuarentenas; las personas que viven en las calles, como mencionaba en otra columna sobre la pandemia, quedan por fuera del campo de acción de estas medidas. Estas personas: ¿cómo hacen para quedarse en casa? El cierre de albergues o centro de noche durante el 2020 reafirma la postura que existe desde los gobiernos hacia quienes, por diversas circunstancias, se han quedado sin hogar.
Finalmente ¿cómo es posible, incluso imaginable, que personas se hayan enriquecido a causa de la pandemia? ¿Qué humanidad podemos imaginar, como denunciaba Ileana Diéguez, después de este arrasamiento de esa cercanía que nos recuerda la presencia de lo vivo?
Reflexiono en torno a cómo será posible la creación de protocolos o la instalación de tecnologías de punta en espacios de arte independientes, que tienen apenas las condiciones básicas para la reproducción de su trabajo creativo, que ni siquiera producen ganancias y que probablemente no sean la mayor fuente de sustento de les artistas que trabajan en ellos.
¿De qué manera haremos posible la supervivencia de nuestra actividad, si no es a través de la rebeldía? Una rebeldía que resulta por lo bajo polémica y cuestionable, en el imperio de la subjetividad del miedo y la prevención de una enfermedad que produce muertes. Ante esta inflexión dual de la empatía ¿qué estrategias desarrollamos para no deprimirnos, para no dejar de crear, para continuar llevando a cabo nuestro arte en medio de la crisis sanitaria?
Fue el año 2020, el auge del desarrollo del arte de la virtualidad, la creación de plataformas y la adaptación de proyectos en curso hacia espacios de difusión en línea. Surgieron preguntas y con ellas, la problematización respecto de los límites de las artes escénicas: ¿es esto teatro aquello que vemos a través de la virtualidad? ¿Es danza, la danza por medio de una pantalla? Sin pensar todavía qué es lo que ocurre con la música, la performance, el circo u otros campos que se emparentan y circulan por dentro y por fuera de las artes escénicas, estas preguntas que han traído reflexiones enriquecedoras para la teoría y la práctica escénica, no pueden estipular la nueva normalidad de nuestro quehacer.
No es posible quedarse con la virtualidad como nueva única manera de realizar artes escénicas en estos contextos. La subversión debe ser un camino para llevar a cabo una vida que aun en riesgo, incluya el cuerpo en escena expresando, creando, suscitando, provocando y afectando la sensibilidad de les espectadores, efectos que -más allá de los metros de distancia- solo ocurren mediante ese ejercicio de inevitable presencialidad. 

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